Los
dueños tuvieron la costumbre de pintar la figura
de una japonesa en uno de los costados del inmueble. Los
nuevos y últimos inquilinos (familia Mayor-Cuevas)
durante muchísimo tiempo siguieron estampando la
imagen de la mujer de ojos rasgados, ataviada de un kimono
y una sombrilla.
Enfrente
de ese inmueble de Fernando Mayor Pérez existió
una cantina, propiedad de Gabriel Vagundo Esquivel.
Hasta
allí llegó nuestro personaje, con su carga
de frutos exóticos cuyo dulce líquido ansiaban
las personas riñonudas. Al estacionar su instrumento
de trabajo, y antes de entrar al bar, miró de reojo
el producto leñoso de las palmeras.
Al
poco tiempo de traspasar el umbral de sillas, mesas y botellas,
dos muchachos, alumnos de la ETA 86 (EST 3), pasaron por
el lugar y al ver “abandonados” los cocos cogieron
algunos.
Un
vecino, al salir de la tienda, se dio cuenta del suceso.
Al verse descubiertos, los adolescentes corrieron hasta
perderse de vista.
El
intruso en aquel atraco buscó al dueño de
la carretilla; se arrimó a la puerta de la cantina
y gritó: ¡“Ibis”, se roban tus
cocos! Éste, sacó la cara por la abertura
del aposento de cervezas y, sin preocupación, respondió:
“¡Lo bueno que están contados!”.