Una
de esas noches, “Ibarra” se entercó en
absorber plenamente el aire fresco de los árboles,
la migaja de las nubes pasajeras y la indiferencia de la
gente en el regreso a sus casas.
“Tío
Lex” notó que habían dado las tres de
la mañana y, según la versión de algunas
personas, fue a avisar a su ayudante, que dormía
plácidamente, recostado sobre una banca de madera
con herraje. Hacía frío, pero a éste
la intemperie le había fortalecido los pulmones y
el pellejo; reposaba allí con la camisa abierta,
como solía usarla.
Una
voz enérgica lo sacó del trance: ¡”Ibis”,
despierta, hay que matar ese cochino, ya es tarde!
“Ibarra”,
estirándose, trató de sacudirse el sueño
que traía encima; se levantó a duras penas
y suplicó: “¡Espera un rato, mientras
me refresco!”.