Este
año celebramos el sexagésimo quinto aniversario
del fin de la Segunda Guerra Mundial, conflicto que sembró
sobre la tierra riadas de desolación, mares de congojas,
océanos de amarguras, inmensidades de dolor inolvidables
que deshonran a la especie humana. Aunque cualquier momento
es saludable para reflexionar sobre lo que nos destruye como
personas, no en vano cada contienda es una destrucción
del alma humana, la Asamblea General de la ONU declaró
que los días 8 y 9 de mayo son una ocasión propicia
para el recuerdo y la reconciliación.
Recordar
el pasado para no caer en los mismos errores es un acto de valor
humano, tan preciso como necesario. De igual modo, la reconciliación
es la gran victoria que nos lleva a la concordia. Con reprimir
las guerras e imponer la paz, no es suficiente, hay que calmar
los ánimos y colmarlos de mediación comprensiva.
Lo que cuenta es interceder, armonizar, restablecer, unir, dejarse
reconciliar de persona a persona; porque al igual que el orador
y político romano Marco Tulio Cicerón, prefiero
la paz más injusta a la más justa de las guerras.
Una
verdadera mediación sólo puede ser fruto de un
nuevo modo de ejercer la conciencia humana, puesto que es la
mejor guía moral que tenemos para movernos por esta vida.
Es menester que la especie humana fraternice en el mundo. Hay
nombres que lo dicen todo, como es el caso de la Comisión
de la Verdad y de la Reconciliación, establecida oficialmente
en Tegucigalpa, apoyada por Naciones Unidas y la Organización
de Estados Americanos, para dar luz a los hechos relacionados
con el golpe de Estado que destituyó al presidente hondureño
Manuel Zelaya el pasado 28 de junio. Reconozco que me emociona
esta semántica pacifista y pacificadora, que no pretende
conducir tanques ni entrar en reyerta alguna.
Quizá
la más grande lección de la historia sea que todavía
no hemos aprendido las lecciones de la historia. El recuerdo
de la segunda guerra mundial o la hazaña de la Comisión
de la Verdad y de la Reconciliación de Tegucigalpa, son
hechos que imprimen conocimiento y desprenden sabiduría.
Mi aplauso total, porque estas realidades son las que, ciertamente,
radian memoria e irradian autenticidades.
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