Esta
es la historia real. Europa como patria aún queda a años luz de ser fe de vida. Nos queda
el origen del verso como luz de hogar. Tras la descriptiva
primera flor en la frente de marzo, la primera hoja en los
labios de abril y el primer amor en el pecho de mayo, lucidez
de Gerardo Diego, llegamos al horizonte abierto del balcón
de Europa, al que deseamos sea cuna de estirpe sin discriminación
alguna. Que nadie lo cierre. Suban todas las culturas al mirador
del alma y pregonen sus lenguas a corazón abierto. Háganse
ver y déjense vivir. Celebremos con champán de
rosas aquel nueve de mayo de 1950, aunque le puedan llamar
excéntrico, cuando germinó la Europa comunitaria,
en un tiempo en el que la amenaza de una tercera guerra mundial
se cernía sobre el solar del viejo continente. Evocar
libertades memorables, espíritu de entendimiento, que
es lo que tuvo aquella propuesta de que “la paz mundial
sólo puede salvaguardarse mediante esfuerzos creadores
proporcionados a los peligros que la amenazan”, bien
vale un brindis y unas palmas, vestirse de poeta y sentirse
un don Quijote. Al fin y al cabo, el divertimento es otra manera
fina, con estilo Rocinante, de dar un corte de mangas a los
que enseñan las uñas en vez del corazón.
Para
empezar, los países que deciden abrazarse a la
Unión Europea adoptan los valores de paz y solidaridad
como medio de vida, cuestión que les engrandece. A renglón
seguido, se proponen hacer patria europeísta y toman
espíritu los sueños del futuro que, por cierto,
me gustan más que los del pasado. Sólo falta
declarar con todos los honores el día de Europa como
fiesta que reluce más que la luna a los lomos de las
maravillas del mundo. Bien que lo siento no sea así.
El refrendo del éxito histórico europeísta
pasa por vincularse al fervor de la integración y, en
cualquier caso, reintegrarnos alrededor de un festejo
pienso que es un buen inicio de amistad. Encontrar sitio e
identidad en el sarao ya es un paso. Estamos hartos de fronteras
que lo único que hacen es poner el alma en pena. En
suma, que hacer patria común, o sea políticas
comunes, celebrándolo por todo lo alto reanima, y además
es lo suyo para seguir avanzando tanto en el estado de derecho
como en el estado social, lo que conlleva pasar al estado de
la alegría que siempre vale la pena paladearlo.
Hablando
de bríos. El Consejo de Ministros ha tomado
arranque y recientemente ha aprobado, como por otra parte no
podía ser de otra manera, la remisión a las Cortes
Generales del Proyecto de Ley Orgánica por la que se
autoriza la ratificación por España del Tratado
de Lisboa. La directora de violines, con cargo de Vicepresidenta
del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega,
con más dulzura que sonrisas, ha puesto en el pentagrama
de los días que el Tratado es decisivo para construir
una Unión Europea más legítima, más
transparente y más cercana a la ciudadanía, amén
de asegurar que el mando ejecutor está intensificando
los trabajos preparatorios para la Presidencia española
de la Unión en el primer semestre de 2010. A propósito,
dice la portavoz del timón gubernamental, con cartera
de Presidencia, que España así demuestra una
vez más su vocación europeísta y su deseo
de estar entre los primeros de Europa. Albricias. Vaya pujanzas.
Quizás sea por la cola, porque ahora lo que somos es
el país europeo donde más ha aumentado la desocupación
en los últimos doce meses, sobre todo el desempleo juvenil
y el femenino.
Dicho
lo anterior y obviando seguir por los cerros de la Moncloa,
retorno a la diversa cartelería del nueve
de mayo de los diferentes años. Son una primavera de
intenciones que enternecen a cualquiera. Sin embargo, no pasan
de la letra impresa. La semántica no parece decirnos
mucho. Quizás
porque somos aún muy cavernícolas. Helos aquí: “Construyamos
Europa juntos. Unificar Europa en paz y democracia. El euro:
la Unión Europea en su mano. La ampliación de
la Unión Europea: un gran paso histórico. Unida
en la diversidad. Europa: Democracia, diálogo, debate.
Juntos desde 1957. No se trata de ellos y nosotros, somos tú y
yo”. Detrás de todo ello, está una Europa
que pretende caminar, que aspira a ser casa común con
las singularidades debidas, con deseos de incluir. A veces
queda lejos ese pabellón Europeo que ha tomado por bandera
la ética. Desde luego, la unión no tendrá solidez
si queda reducida sólo a la mera dimensión geográfica
y económica, pues ha de consistir ante todo en una concordia
sobre los valores, que se exprese en las palabras, pero también
en los hechos. Y los hechos, por desgracia, son los que son.
Europa está crecida, sobre todo de criminalidad, de
comercio sexual, de adicciones, de locuras y desarraigos. Así es
difícil hacer familia, o sea, hacer patria.
De
momento, la patria Europea, como faro de civilización
y estímulo de progreso para el mundo, no existe por
más que le pongamos ganas. A mi juicio, todavía
el nueve de mayo, día de curro, no es tan célebre
como pudiera ser la fiesta nacional que es inhábil
para todo el territorio. Salvando algunas comunidades autónomas
como la de Madrid, y poco más, que tienen anunciados
algunos actos, brillan por su ausencia las evocaciones festivas
y, las que hay, poco tienen de singularidad para lo mucho
que representa el día de Europa. Verán que
es lo mismo de siempre, jornadas gastronómicas que
apenas llevan los sabores de algunos países, exhibiciones
deportivas sin calado, algún que otro debate de poca
monta, y algún que otro tímido elemento alusivo.
La verdad que este tipo de eventos, tan fríos como
aburridos, no hacen gentes ni humanidad. Si Europa ha de
ser tierra de consenso, mi patria ha de ser todo el mundo. ¿Cuántos
están dispuestos? Consensuar el día de Europa
como es menester y merecido para que mueva corazones, y no
como un añadido más, es tan justo como necesario
para abrir boca patriótica y que nadie quede ausente,
al igual que el mudo ciprés en el fervor de Silos
que advirtió Gerardo Diego. Europa está en
el aire mismo que respiramos, somos tú y yo, y las
ausencias restan fuelle.
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