Sobre “el cuerpo humano y su emergencia” es
el título de un sesudo libro publicado hace unos meses
por los profesores universitarios: Miguel Guirao, Ángel
Mariano Sanz y Miguel Guirao-Piñeyro. Lo traigo a colación,
porque creo que es un buen analgésico para esos momentos
de tristeza que todos tenemos, máxime cuando, además,
las enfermedades del espíritu desbordan pesimismo por
doquier lugar. Díganme, sino: ¿por qué aguantarnos
con vivir a ras del suelo cuando sentimos el deseo de volar?
Los citados autores lo explicitan estructurando el anhelo de
intentar convencer de que el cuerpo humano, tal como fue creado,
tiene todas las capacidades, materiales y espirituales, para
sentir ilusiones, albergar esperanzas e, incluso, realizar
las aventuras existenciales que parecen más atrevidas.
Pues adelante con el cuerpo viviente, avivando a poder ser
los ingredientes de gozos. La propia vida es ya una gozada.
Cuestión de respirarla sorbo a sorbo, sin atragantarnos,
verso a verso. Al fin y al cabo, es el mejor componente de
salud que le podemos dar al físico.
Los
autores del citado volumen, ahondan en la ciencia y en las
tradiciones, parten del cuerpo como patrimonio del ser humano
y del activo de la conducta inteligente como suceso emergente,
capaz de leer dentro, penetrar, comprender a fondo. Si lo extrapolamos
al momento actual que vivimos, haciéndolo nuestro el
tiempo presente, germina la nostalgia del absoluto, en ese
moderno hombre cósmico, magistralmente radiografiado
en uno de los capítulos del libro. Las creencias permanecen,
las tradiciones de las que hablan los autores, pero ya no se
perciben como valores capaces de influir en la vida personal
y social. Como suele decirse, la religión se ha privatizado,
la sociedad se ha secularizado y la cultura se ha vuelto laica. ¿Esto
es bueno o es malo? Pienso que más tarde o más
temprano ha de nacer una nueva generación, muy distinta
a la actual, brutalmente esclavizada por poderes viciados que
rayan el endiosamiento, si quieren más espiritual, puesto
que la añoranza de lo trascendente, en su estado más
níveo, está enraizado en las profundidades del
ser humano, como lo han dicho científicos, escritores,
filósofos, artistas, de todos los tiempos y latitudes.
Estiman
los progenitores del libro que el cuerpo del ser humano ha
de considerarse más allá de una concepción
reduccionista. Dicen más, que “nuestra cultura,
tan supuestamente avanzada, ha utilizado el cuerpo primero
con desprecio, como pecador, y luego como objeto sexual, como
sujeto de consumo, como protagonista de conflictos, como depredador,
dejando en mal lugar su así casi supuesta inteligencia,
mientras que en las tradiciones se contempla, en todo caso,
su gran significado hacia fines trascendentes espirituales
y místicos”. Apuestan por un equilibrio
basado en un ejercicio conceptual interdisciplinar, “hay
que atreverse, entre todos, a una teoría del cuerpo
humano como realidad emergente”. Las circunstancias,
a mi juicio, imponen dos criterios para ese discernimiento
del cuerpo humano y su emergencia: el respeto incondicional
como persona, más allá de un mero objeto físico;
y la consideración más grande hacia el cuerpo
humano, varón-hembra, como transmisores de vida. A este
vademécum, gestado entre lo científico, filosófico
y literario, quiero añadirle un incentivo acrecentado,
la de ser un buen estímulo para el debate público
sobre el cuerpo y la vida humana. Algo vital para los tiempos
que corren.
Más
allá de un cuerpo que camina y de una ciencia que
avanza, de un mundo desgarrado de conflictos, se necesita
tomar el tren de la moderación para llegar a la estación
de la armonía. A la verdad se llega siempre por el
camino más auténtico. Es otra pista.
El libro da varias claves. ¡Hay que buscar caminos
de entendimiento! ¡Hay que instalarse en la supraconsciencia!
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