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Manuel Quiroga Clérigo: "La nostalgia está entre nosotros"/ - Diego Marín*

 
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CONVERSACIÓN CON EL AUTOR DE “LEVE HISTORIA SIN TRENES”.
 

-En su anterior libro, Las batallas de Octubre, dedica un poema al Valle del Cidacos y Arnedillo, ¿qué relación tiene con la zona y qué le llevó a versar sobre ella?

-Creo que la ancha España tiene lugares hermosos (para mí lo son todos), y uno de ellos es ese río Cidacos cruzando Arnedillo turbulento, sobre todo en invierno cuando se ve algo de nieve en los montes cercanos. Comencé a ir a Arnedillo por el Balneario, a los que gusta de ir mi esposa, y he vuelto varias veces porque, además, toda la Comunidad de La Rioja me parece un lugar tranquilo, reposado, lleno de poesía, algo bucólico para pasear por sus campos, ver los viñedos, etc. Recuerdo la boda de la hija de un amigo en el Monasterio de Valvanera como un hecho memorable, y recuerdo lugares como Navarrete, Logroño, Calahorra, donde todo respira una placidez que Madrid, por ejemplo, ha desterrado hace 30 años. Eso me ha llevado desde siempre a escribir versos cuando cruzo esas zonas tan privilegiadas en la ancha España. Y no digamos nada de los lugares en que vivió Gonzalo de Berceo, esos Suso y Yuso donde tan fácil es la inspiración poética.

-El paso del tiempo, la nostalgia, son temas centrales de su poesía. ¿Es su poesía un modo de reencontrarse con el pasado?

-Tal vez. Y es porque el tiempo, que todo lo devora, también contiene un poso de afectos, de cercanía, de vitalidad. Por eso la nostalgia está tan dentro de nosotros, de los seres humanos que apenas tenemos unas gotas de eternidad para reflejar cuánto de maravilloso se puede encontrar en la existencia. En ese reencuentro con el pasado también se encuentra parte del presente, porque el pasado nos ha conducido a los instantes más lúcidos que son los de cada minuto, los de cada sueño. En ese mundo amplio de la poesía el pasado cobra la fuerza de lo que aún existe aunque ya no forme parte de nuestra realidad. Y eso es lo que hace que nos vayamos adentrando en el futuro con algún temor pero, también, con la esperanza de encontrar algo nuevo en cada amanecer, en cada paisaje, en cada mirada.

-Su poesía podría considerarse geográfica, hay muchos lugares citados.

-Sí, realmente la geografía de mis modestos versos es inmensa. Abarca el universo, lo mismo me inspira un volcán de Filipinas que la costa del Pacífico en Viña del Mar. Cada lugar tiene su importancia, su valor, su capacidad para crearnos emociones. Generalmente viajo solo y eso me permite detenerme en lugares, a veces remotos, como hace poco en un sitio que se llama Coquimbo, en el Norte de Chile, cerca de Vicuña, donde nació Gabriela Mistral. Es un pueblo grandón, donde llama la atención una inmensa mezquita sobre la colina y cerca una más inmensa cruz de cemento. Eso nos dice quien vive, quien desea ser conocido de pronto. Es como si nos estuvieran enseguida mostrando sus señas de identidad, como diciendo «Mira donde entras». No digo nada de lo que he visto en Israel, por ejemplo en Galilea, en lugares preciosos por donde anduvo el propio Jesús de Nazaret, y donde palpas ese espíritu absurdo de confrontación y violencia entre dos pueblos hermanos. O en un viaje que hice por Serbia con el poeta Antonio Porpetta donde estábamos llegando a un pueblecito y empecé a ver musulmanes, mezquitas, cementerios árabes, etc, y pregunté si había allí musulmanes y me dijeron «Sí, unos pocos». Luego conté como una docena de cementerios, otras tantas mezquitas. Así me expliqué la guerra, o las guerras de la antigua Yugoslavia. Sería el año 1997. Y el último viaje a una Cuba repleta de belleza y candor y donde la gente no tienen a veces ni lo imprescindible, pese a lo cual la crítica al régimen no es excesiva, o el verte en Tinduf en medio de la nada donde hay personas que han nacido y ha muerto en casas de adobe que se deshacen cuando llueve, y así llevan 30 años. La geografía de la existencia también nos habla del ser humano como enemigo de sí mismo.

-¿El tren es su metáfora del paso del tiempo?

-No, es más bien el instrumento para hacer nuestras todas las distancias. El tiempo transcurre a pesar de los trenes, de los afectos o de las heridas.

-En “Leve historia sin trenes” ha otorgado importancia al número de versos que contiene, ¿por qué?

-Se trataba, en este caso, de crear una imagen volátil, la de viajar por otros medios que no fueran precisamente los trenes, pero dejar constancia de que los trenes son la pasión por la existencia. Como si todo lo que nos conduce al futuro fuera un magnífico tren, pero no los modernos de ahora sino aquellos de los años 50 ó 60 de España, o de hoy mismo de México y Filipinas o Rumanía, de ventanas de madera rotas. Esos trenes nos conducían a las ilusiones sin más lujo que el deseo de viajar. Los trenes de hoy, pese a eso que se llama Adif, tienen bastante menos poesía, aunque tengan más comodidad y a veces hasta sean puntuales. La vida no es puntual nunca. El contar los versos supone ajustarse a una especie de plan de trabajo que dice hasta dónde podemos llegar, y no mucho más, por ejemplo, ahorita mismo, como dicen los venezolanos, hasta La Rioja, que es una buena meta.

 
 

*La foto y el texto fueron proporcionados por Manuel Quiroga Clérigo, el 31 de octubre de 2008, a través del correo electrónico quirogaclerigo@hotmail.com