Ahora
desde que nos hemos enterado, coincidiendo con el divertimento
del año de la ciencia, que un pomposo estudio científico,
hace una valoración concluyente sobre los aguafiestas,
diciendo que una de cada veintinueve personas es gafe, no me digan
que no es para estar más atento a la sombra que uno se
arrima. Eller Visser es la lumbrera de este invento. Nos pone
en guardia, pero no precisa de quién o de quiénes,
porque en realidad ignora la identidad de los cenizos. Tan sólo
nos asegura que todos estos pequeños accidentes se deben
a los rasgos de personalidad que destacan en este tipo de personas.
Algo que, por cierto, ya lo advirtió el filósofo
alemán, Arthur Schopenhauer, cuando dijo que: “la personalidad
del hombre determina por anticipado la medida de su posible fortuna”.
En cualquier caso, los aguafiestas están
a la orden del día. Para empezar no pocos estudios advierten
de cuán necesaria es la personalidad femenina para la sociedad
en todas las manifestaciones de la convivencia civil. Pues no
piensen que todo son buenas sombras, todavía hay gafes
que la discriminan. Algunos son tan leñeros que hasta pretenden
expropiar el carácter propio de la feminidad. En efecto,
una uniformidad de géneros es otra desgracia añadida,
además de sustraernos la poética de la vida, se
despoja la complementariedad y lo que es razón natural
se vuelve imperfecto. Es necesario ponerle grilletes a esos tipos
de mala sombra, guerrilleros de la violencia y explotadores, que
todavía sueñan con transformar a la mujer en una
mercancía y menosprecian su dignidad.
A lo mejor es que los gafes están en la misma colectividad
ciudadana. Es un ente social. Puede serlo. El poeta y pensador
estadounidense Ralph Waldo Emerson, lo tiene claro: “la sociedad
es en todos los sitios una conspiración contra la personalidad
de cada uno de sus miembros”. Una humanidad gafada es algo horrible,
repelente a la propia vida. Al ser humano hay que dejarlo que
se construya asimismo. Somos constructores de versos en ese recital
del tiempo que es la existencia, metáforas injertadas a
la familia humana. Cada cual ha de identificarse con la libertad
debida y la responsabilidad manifiesta. Frente a los aguafiestas
que no ven más allá de la visión individualista
o inspirada en materialismos cerrados, hay que avivar un ideal
de sociedad solidaria, de hombre abierto y comprensivo.
Volviendo a los rasgos de la personalidad que apunta Eller Visser,
o lo que es lo mismo a los patrones de pensamientos, sentimientos
y conductas que presenta una persona, se puede crear un clima
en el que los gafes no puedan vivir ni en el sueño. Esa
atmósfera, siempre agradecida, pasa por la educación.
Constitucionalmente se dice que tiene por objeto el pleno desarrollo
de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos
de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales; con
lo cual, si la transmisión es eficiente y eficaz, no pueden
brotar malas sombras. Lo diabólico es cuando se pretenden
educar niños al por mayor, sin libertad de enseñanza;
y, lo que es peor, a veces imponiendo (no proponiendo) formaciones
morales que nada tienen que ver con la moralidad que sus progenitores
practican y quieren cultivar.
Si hubiésemos seguido la idea de Platón, que cimienta
el objetivo de la educación en la virtud y en el deseo
de convertirse en un buen ciudadano; no habría aguafiestas,
o por lo menos, la estirpe sería más escasa. Las
direcciones son tan inadecuadas en el tema educativo que la convivencia
en las aulas empieza a ser casi un amor imposible. El gafe se
ha tragado, por ejemplo, los deberes para con la sociedad, el
compromiso con los valores constitucionales y los derechos humanos.
También la universidad debe estar gafada para con la sociedad,
pues ambas suelen desconocerse o ignorarse. Los resultados de
la encuesta del CIS, de noviembre de 2006, son muy significativos.
Según dicha encuesta, son muchos los ciudadanos que no
saben o no contestan cuando se les pregunta por la universidad,
otros piensan que no se adapta a los nuevos tiempos, que tiene
muy poca presencia en la vida social y que genera poco pensamiento.
Desde la política también el gafe se ha puesto de
moda, como si fuese un rasgo personalísimo de hacer gobierno.
Pero, realmente, ¿donde está la verdadera sede del
gafe? Siguiendo la tradición del pueblo, siempre sabio,
la gente con corazón no tiene el cenizo, no le salen las
malas intenciones ni tampoco las salvajadas suelen aflorarles,
sino buenas razones que hasta la mismísima razón
a veces ignora. Ya se sabe, que la enseñanza que deja huella
no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón
a corazón. Los aguafiestas no tienen nada que hacer. Sólo
se sabe discernir bien lo que se ve con el valor del alma. A un
compasivo espíritu, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna
indiferencia lo cansa, el gafe antes se queda sin plumas y cacareando.
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