Funcionaba
en Campeche un trenecito que trasladaba a trabajadores y otras
gentes a la finca de Huayamón. Según nuestro informante dice
que tenía su estación en el fondo de lo que se conoce como
"El Tamarindo". Sería entonces más o menos a la entrada del
fraccionamiento que se construye al término de la Avenida Central.
Resulta
que un buen día, llegó posiblemente de México un viajero -de
quien nuestro relator no recuerda el nombre exactamente- y
entonces, necesitaba trasladarse a la finca de Huayamón. Se
enteró de los viajes del trenecito, y en menos que canta
un gallo, ya estaba esperando salir con destino a la hacienda.
Llegado
el momento, preguntó cuánto costaba el viaje, a lo que
le contestaron -por decir una cantidad- que diez centavos en
primera y cinco centavos en segunda. El mexicano notó que
los viajeros de primera y los de segunda viajaban en iguales
condiciones y una vez más preguntó: "¿Y cuál es la diferencia
entre primera y segunda?...", a lo que le contestaron que ninguna.
Su última pregunta fue: "¿Acaso los de primera tienen sombra
y los de segunda no?" y la respuesta fue: "No señor, viajan
en el mismo lugar los de primera y segunda."
Ante
esto, el viajero habrá pensado: "qué campechanos más tontos"
y enseguida compró un boleto para "segunda". El hombre se iba
feliz pues se había ahorrado la mitad del pasaje y viajaba
con los que habían pagado servicio de primera.
Así
las cosas, cerca del mediodía llegó el trenecito a un pequeño
cerro, al parecer llamado de "Chich", y bajo un ardiente
sol, se escuchó la voz del maquinista gritar: "Los de segunda...
que se bajen a empujar".
Después
de esto, el viajero jamás volvió a dudar de los campechanos. |