C u e n t o

Un canto de buena suerte / Ramón Tun Cab

 
 

-Yecán, yecán, yecán....

Así cantaba el oactli en el centro del zócalo de la ciudad de México. La gente caminaba a prisa, como si no viera a esa pequeña ave que se esmeraba para que se le tomara en cuenta.

-Yecán, yecán, yecán.....

El pajarillo, cansado ya de emitir su sonido para que alguien le dirigiera siquiera la mirada, caminaba de un lado a otro. Sus ojos veían las altas torres de la Catedral Metropolitana y los grandes edificios que rodean el Zócalo.

-Yecán, yecán, yecán....

El oactli corría de un lado a otro, sin que la gente lo tomara en cuenta. Pasaban junto a él, casi le pisaban, pero nadie se inclinaba a recogerlo, a mirarlo siquiera.

Mucho menos se escuchaba su canto. El ruido de los automóviles y camiones que circulaban alrededor del Zócalo ahogaba lo que ya parecía un lamento de la pequeña ave.

De verdad que el pajarillo estaba cansado; tuvo que volar desde las montañas del sur de la ciudad, en donde todavía puede respirarse aire puro y por donde los pinos abundan, para estar allí, en el centro de la gran urbe que el ave veía siempre de lejos.

Había pasado por muchas avenidas, por enormes edificios, por calles asfaltadas, hasta llegar al Zócalo para cumplir con una misión. Porque en otros tiempos el oactli había sido un ave de agüero, de esas cuyo canto los hombres de otras épocas tomaban en cuenta para saber si les iría mal o bien.

En otros tiempos, cuando los hombres andaban descalzos por entre los nopales, cuando caminaban distancias, el oactli predecía lo que les pasaría y lanzaba su canto de buena o mala suerte, para prevenir al caminante.

Cuando su canto sonaba a risa, los hombres enmudecían, no sabían qué hacer, porque sabían que algo malo les sucedería. Pero cuando escuchaban el "yecán, yecán, yecán", significaba que algo bueno vivirían en breve. Esa era la misión del oactli, poner sobre aviso al ser humano.

-Yecán, yecán, yecán.

El oactli tenía ahora sólo el canto de buena suerte, pero nadie lo tomaba en cuenta. Se esmeraba por predecir la buena suerte, pero nadie le escuchaba. Hombres, mujeres y niños caminaban a prisa junto al ave. Los niños no lloraban, tampoco reían, corrían junto a sus mayores.

-¡Mira mamá! ¡Qué bonito pájaro!

-Así es hijo, pero déjalo.

-Mira, ya se dejó tomar. Déjame llevarlo a casa.

-No permitirán que subas al metro con esa ave.

-Entre mis ropas nadie la verá.

Al fin había tomado al ave entre sus suaves manos y ahora viajaba en una sucia bolsa de la chamarra del pequeño Diego. Y así viajó en metro y después del sofocante calor del atardecer, el recorrido continuó en autobús, de nuevo al sur de la gran ciudad.

El niño extrajo al ave de su bolsa cuando estaba ya en el interior de su casa y la mostró al abuelo.

-¡Es un oactli! -exclamó el abuelo.

-¿Y eso qué es abuelo?

Es un ave de aguero que dá mala o buena suerte a quien escucha su canto....

-Apenas lo escuché...

-¿Y cual fue?

-No recuerdo bien...

-Nuestros antepasados temían a este pájaro cuando su canto sonaba a risa y sentían verdadera emoción cuando el canto era "yecán, yecán, yecán...."

-Creo que cantaba así, como lo último que dijiste abuelo...

-Cuando canta así, dicen que trae buena suerte a quien lo escucha.

-Entonces mucha gente habrá escuchado su canto en el Zócalo.

-¿Lo encontraste allí?

-Así es.

-Recuerda que pueden oirlo muchos, pero son muy pocos quienes le escuchan en verdad, como tú has hecho.

-Es bonito escuchar el canto abuelo. ¿Qué pdemos hacer con él?

-Dejarlo en libertad, porque el oactli debe llevar su canto, para bien o para mal, a mucha gente, aun cuando no se le tome en cuenta, cuando no se le escuche como debe ser.

El pequeño Diego dejó caer al oactli y el ave hizo un gran esfuerzo para poder volar por su cansancio, se detuvo sobre unos árboles y fue mayor el esfuerzo para poder emitir su:

-Yecán, yecán, yecán...

...que en otros tiempos significaba "buena suerte, buena suerte, buena suerte..."

Dejó su canto bueno y mágico en el hogar del pequeño Diego y después voló hacia los altos pinos, cuando el sol se ocultaba y la oscuridad llegaba. Seguiría cantando la buena nueva a los niños que sepan escuchar su canto de buena suerte.

-Yecán, yecán, yecán.

 
 

Fuente: ...Como en botica. Colectivo (grupo "Diez más uno"). Edición del H. Ayuntamiento de Campeche, Camp., 1983. 96 p.