-Yecán,
yecán, yecán....
Así
cantaba el oactli en el centro del zócalo de la ciudad
de México. La gente caminaba a prisa, como si no viera
a esa pequeña ave que se esmeraba para que se le tomara
en cuenta.
-Yecán,
yecán, yecán.....
El
pajarillo, cansado ya de emitir su sonido para que alguien
le dirigiera siquiera la mirada, caminaba de un lado
a otro. Sus ojos veían las altas torres de la Catedral
Metropolitana y los grandes edificios que rodean el Zócalo.
-Yecán,
yecán, yecán....
El
oactli corría de un lado a otro, sin que la gente lo
tomara en cuenta. Pasaban junto a él, casi le pisaban,
pero nadie se inclinaba a recogerlo, a mirarlo siquiera.
Mucho
menos se escuchaba su canto. El ruido de los automóviles
y camiones que circulaban alrededor del Zócalo ahogaba
lo que ya parecía un lamento de la pequeña ave.
De
verdad que el pajarillo estaba cansado; tuvo que volar
desde las montañas del sur de la ciudad, en donde todavía
puede respirarse aire puro y por donde los pinos abundan,
para estar allí, en el centro de la gran urbe que el
ave veía siempre de lejos.
Había
pasado por muchas avenidas, por enormes edificios, por
calles asfaltadas, hasta llegar al Zócalo para cumplir
con una misión. Porque en otros tiempos el oactli había
sido un ave de agüero, de esas cuyo canto los hombres
de otras épocas tomaban en cuenta para saber si les iría
mal o bien.
En
otros tiempos, cuando los hombres andaban descalzos por
entre los nopales, cuando caminaban distancias, el oactli
predecía lo que les pasaría y lanzaba su canto de buena
o mala suerte, para prevenir al caminante.
Cuando
su canto sonaba a risa, los hombres enmudecían, no sabían
qué hacer, porque sabían que algo malo les sucedería.
Pero cuando escuchaban el "yecán, yecán, yecán", significaba
que algo bueno vivirían en breve. Esa era la misión del
oactli, poner sobre aviso al ser humano.
-Yecán,
yecán, yecán.
El
oactli tenía ahora sólo el canto de buena suerte, pero
nadie lo tomaba en cuenta. Se esmeraba por predecir la
buena suerte, pero nadie le escuchaba. Hombres, mujeres
y niños caminaban a prisa junto al ave. Los niños no
lloraban, tampoco reían, corrían junto a sus mayores.
-¡Mira
mamá! ¡Qué bonito pájaro!
-Así
es hijo, pero déjalo.
-Mira,
ya se dejó tomar. Déjame llevarlo a casa.
-No
permitirán que subas al metro con esa ave.
-Entre
mis ropas nadie la verá.
Al
fin había tomado al ave entre sus suaves manos y ahora
viajaba en una sucia bolsa de la chamarra del pequeño
Diego. Y así viajó en metro y después del sofocante calor
del atardecer, el recorrido continuó en autobús, de nuevo
al sur de la gran ciudad.
El
niño extrajo al ave de su bolsa cuando estaba ya en el
interior de su casa y la mostró al abuelo.
-¡Es
un oactli! -exclamó el abuelo.
-¿Y
eso qué es abuelo?
Es
un ave de aguero que dá mala o buena suerte a quien escucha
su canto....
-Apenas
lo escuché...
-¿Y
cual fue?
-No
recuerdo bien...
-Nuestros
antepasados temían a este pájaro cuando su canto sonaba
a risa y sentían verdadera emoción cuando el canto era
"yecán, yecán, yecán...."
-Creo
que cantaba así, como lo último que dijiste abuelo...
-Cuando
canta así, dicen que trae buena suerte a quien lo escucha.
-Entonces
mucha gente habrá escuchado su canto en el Zócalo.
-¿Lo
encontraste allí?
-Así
es.
-Recuerda
que pueden oirlo muchos, pero son muy pocos quienes le
escuchan en verdad, como tú has hecho.
-Es
bonito escuchar el canto abuelo. ¿Qué pdemos hacer con
él?
-Dejarlo
en libertad, porque el oactli debe llevar su canto, para
bien o para mal, a mucha gente, aun cuando no se le tome
en cuenta, cuando no se le escuche como debe ser.
El
pequeño Diego dejó caer al oactli y el ave hizo un gran
esfuerzo para poder volar por su cansancio, se detuvo
sobre unos árboles y fue mayor el esfuerzo para poder
emitir su:
-Yecán,
yecán, yecán...
...que
en otros tiempos significaba "buena suerte, buena suerte,
buena suerte..."
Dejó
su canto bueno y mágico en el hogar del pequeño Diego
y después voló hacia los altos pinos, cuando el sol se
ocultaba y la oscuridad llegaba. Seguiría cantando la
buena nueva a los niños que sepan escuchar su canto de
buena suerte.
-Yecán,
yecán, yecán.
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