El Corazón de Ah' Canul - 62
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La cultura del aguacate
Andrés J. González Kantún
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Imagen: Internet

 

Todas las cosas de la vida tienen un origen natural o insólito: las frutas, los objetos, los animales y las plantas cuyos significados etimológicos, a veces, desconocemos por la flojera de la lectura. Pero si nos preocupáramos por saber al dedillo sus orígenes nos producirían sorpresas y cierto placer, aumentando de esa manera nuestro acervo cultural adormecido.

Por ejemplo, el maíz, el chile, el camote, la calabaza y el aguacate son palabras comunes originadas del idioma náhuatl y que en maya se traducen como ixi’im, iik, iis, k´úum y oon, respectivamente. El vocablo Ma’ ya’ab, significa “somos pocos”, y deriva en Mayab, y que al romancearse se pronuncia de corrido. Como puede observarse, la mayoría de esas palabras pertenecen al idioma azteca; la lengua de los abuelos mayas ha sido sustituida, una porción, por la de los mexicas, claro, sin tomar en cuenta el idioma español que ha mandado a Marte nuestra lengua materna. Curiosamente usamos abundantes palabras en náhuatl en tierra del Mayab. Este hecho se debió a la expansión comercial de los aztecas en épocas prehispánicas. Si los españoles no hubieran conquistado nuestra región, los mexicas habrían sido los dominadores pues ya tenían metida la nariz en la península yucateca, los Ah Canul fueron mexicanos y protectores de la ciudad de Mayapán.

El aguacate es una fruta aceitosa cuyo origen etimológico me ha llamado la atención por su particular significado: se deriva del náhuatl ahuacatl que significa testículo por su forma y se asemeja a una parte del órgano sexual del hombre, una ingeniosa y metafórica comparación de los nahuatlacos.

Comentario.

A veces me gusta barajar las ideas con mis alumnos para jugar con ellas en clase como es el caso del aguacate para preguntarles su significado etimológico, sabiendo de antemano que posiblemente la respuesta no se logre, pero mi intención es demostrarles que la lectura es básica para descifrar significados, y además para entablar una conversación fluida, amena y útil. Mi otra intención, la más importante en esa sesión, es remarcarles que esa dejadez en la entrega de sus tareas se debe a la “práctica de la cultura del aguacate”, para no decirles en palabras vulgares lo que realmente representa.Les pregunto, entonces, qué entienden por esa frase y se quedan aturdidos por la incomprensión; piensan, analizan, infieren, y al final del esfuerzo mental algunos me responden afirmativamente, y esa respuesta desata una espléndida risotada colectiva por el mensaje que trae. La clase termina. El alumno ha puesto en marcha su intelecto.

Esa locución inferida, me sirve como una estrategia para motivar a los incumplidos y les reclamo juguetonamente: “A esos que ejercitan la cultura del aguacate pueden…”

Se cierra la función fática de la comunicación, percibiéndose en el ambiente escolar los logros de un   aprendizaje significativo.