Todo está en paz. La hacienda se ha dormido;
solos tú y yo velamos, y la luna
nos contempla amorosa, como una
persona cuando mira a un ser querido.
Es hora de dormir; cambia tu traje
por la fresca pijama japonesa
y ven, oh blanca y púdica princesa,
a tu hamaca de sedas y de encaje.
De tu cabello desbarata el nudo
y que ruede triunfal sobre el desnudo
mármol fragante de tu carne sana.
El balcón abriré para que ufano
el sol al resurgir bese tu mano…
Acuéstate, mi bien, ¡hasta mañana! |