El corazón de Ah' Canul - 29
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Espíritus traviesos salen de su enclaustro...
Andrés Jesús González Kantún
Portada -29
 

Eran las 5:30 horas de la mañana cuando el sol Padre aún dormitaba en brazos de Morfeo. Iba caminado por la acera de la calle 15 para alcanzar cualquier transporte que se dirigiera a Mérida pues tenía una entrevista a temprano hora con un médico especialista. Subí la primera escalera con que inicia el empedrado de la Casa de Cultura y ya no pude continuar pues el paso era obstruido por un andamio tubular por donde los alarifes trabajaban para arreglar las paredes del antiquísimo inmueble. De manera que bajé para continuar mi camino cuando repentinamente se produjo una explosión seca a un lado de mí. Es raro que no me sintiera pasmado ante el sorpresivo acontecimiento, ni siquiera pegué el brinco natural cuando suceden estas eventualidades.

Aticé la mirada en las alturas de la plataforma para ver si algún objeto de construcción se había resbalado del andamio o desprendido de la pared. Paseé por todos lados la mirada sin encontrar nada, hasta que el olor agridulce de la naranja guio mis ojos hasta visualizarla; eran tres partidas a la mitad con una sonrisa de dientes para afuera en cada una de ellas.

Me detuve un instante para avizorar los alrededores y resquicios por sí alguna persona deseaba jugar con el ánimo de los madrugadores, pero no vi a nadie, sólo la negrura de la mañana. Proseguí mi marcha, doblando a la derecha, rumbo al centro, y a unos cuantos pasos de nueva cuenta escuché otro atronador estallido, ahora sí sentí cierto temor. Eran otras tres naranjas que me detuvieron un instante para observarlas y luego escuché detrás de mí unos silbidos que iniciaban con un volumen bajo y luego subía y viceversa. Apuré el paso y los chiflidos me seguían. Me detenía y el silbido también. Me armé de valor para averiguar con la mirada de dónde venía y no distinguí nada anormal. Con la intuición que dan los nervios alterados, vacié la mirada al cielo y ahí una sombra difusa iba dando giros concéntricos y luego se alejaba y regresaba en el mismo lugar aéreo, eran como aquellas nubes vagarosas en un atardecer galano que forman figuras caprichosas a modo del quien las ve. Me escudé con el valor propio de un hombre incrédulo y continué mi caminata. Me dije “al carajo con los pensamientos inexplicables”. Ya en el camión me hacía mil conjeturas sobre el origen de aquel insólito fenómeno y creo que debía existir una respuesta lógica, claro que sí, ¿la habrá? O tal vez sean espíritus chocarreros que deseaban jugar con los transeúntes que han tenido la mala suerte de toparse con ellos en mala hora. Han vivido tanto tiempo encerrados en esa vieja casona de inéditas historias variopintas que han decidido despabilarse, ahora que van a estrenar una casa remozada deben salir a ventilarse para permitir el trabajo de los albañiles.