La juventud de estos tiempos está inmersa en un ambiente con una atmósfera agresiva, forma parte de un universo virtual sostenido por redes digitales que en la mayoría de las veces, ofrece simulaciones de una realidad imaginaria. Si bien, muchos jóvenes de este decenio, tienen mayor accesibilidad tecnológica, la comunicación y los avances de la informática, también es cierto, que el ambiente social, los acerca a zonas peligrosas, plagadas de sustancias ilegales, tóxicas para el cuerpo y la mente. Otro contexto expuesto a patrones nocivos puede ser la familia, el grupo de amigos, compañeros de banda, vecinos de la colonia, en fin, cercados por hilos de la violencia y la agresividad. Y si a lo anterior, agregamos, la aproximación a temas como “mentes criminales”, películas de pánico, videojuegos de crimen, canciones altisonantes, conductas como las de Justin Bibier, Miley Cirrus, Amy Winehouse (ya finada), entre otros personajes del espectáculo con adicciones al alcohol, drogas, medicamentos ilegales, etc… ¡uff! ¡Qué ejemplos!
De ninguna manera trato de satanizar el ambiente juvenil de estos años, pero si, reconozco una realidad diferente, con lazos afectivos frágiles, educación familiar quebradiza, una escuela poco sensible, un gobierno con escasas políticas de atención a la juventud. La globalización, falta de empleo a profesionistas jóvenes, adolescentes embarazadas, violencia en el noviazgo, muchachas que se convierten en madres solteras, ausencia de algún padre o abandono del hogar, son comunes en estos días.
Así como en los casos de desaparición de niños, se activa la alerta ámbar o la alerta de sismo cuando hay un temblor, un panorama como el anterior, enciende en automático, luces rojas, señales de alerta para los padres, maestros, tutores, autoridades, gobiernos y sociedad civil. No se puede negar la realidad, éste no es un mundo virtual: adolescentes que se inician prematuramente en la ingesta de alcohol, drogas o a la vida sexual; chicas que logran distinguir entre los sentimientos y la violencia en el noviazgo, alumnas víctimas de acoso escolar o abuso sexual, pandillas vecinales o redes delictivas en la colonia o los pueblos. Este es un llamado S.O.S. a todos. Un alto a los feminicidios en jóvenes, homicidas que pasarán su juventud en prisión o quizá prófugos de la justicia, rodando y cayendo en tejidos más violentos. Los casos de feminicidio de una jovencita de Champotón y de la estudiante normalista en Calkiní, son una muestra de la crítica situación; a eso agrego, la desaparición de jovencitas en otros municipios, como referente de la predominancia de la violencia hacia mujeres.
En el estado de Campeche, con base a los datos del INEGI (Censo 2010), el 27.7% de la población representa a habitantes de 15 a 29 años de edad, de ese porcentaje, 116 031 son mujeres y 111 474 son hombres; el municipio con mayor número de jóvenes se encuentra en Calkiní. Con base en los resultados del Censo de Población, el 58.2% de los jóvenes campechanos están solteros, 24.3 casados y 14.9% se encuentran en unión libre.
Siendo un sector importante, por su potencial, preparación y capacidad productiva para la entidad, vale la pena apostar a su educación y desarrollo; en lugar de otorgar credenciales para descuentos en bares, es de mayor beneficio que los tres niveles de gobierno, inviertan en programas integrales para el desarrollo humano de los jóvenes en los diferentes ámbitos de la vida, se vigorice al apoyo a las familias y las escuelas incluyan proyectos de convivencia entre padres e hijos, y vigorice los vínculos familiares.
¿Acaso un padre o una madre quiere ese presente y futuro para sus vástagos? ¿Quizá los hermanos desean convivir con un hermano drogadicto? ¿Qué pueden hacer los maestros y la escuela para hacer posible una juventud sana, alegre, vivaz y responsable de su vida? ¿De qué manera las iglesias pueden apoyar la formación de los jóvenes a través de sus grupos religiosos?
Ya lo decía el poeta Rubén Darío… ¡Juventud divino tesoro, te fuiste para no volver!
San Francisco de Campeche, Cam., 29 de enero de 2014. |