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De
cara a los retos de la educación actual
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(18
de agosto de 2011) |
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El
siglo XXI ofrece recursos sin precedentes, tanto a la educación
como a la comunicación; en cierto sentido, la educación
se ve obligada a proporcionar las cartas náuticas de
un mundo complejo y en perpetua agitación, y al mismo
tiempo, la brújula para navegar en él. La educación
tiene que adaptarse en todo momento a los cambios de la sociedad,
sin dejar de transmitir el saber adquirido, los principios y
los frutos de la experiencia.
La
educación tiene la misión de permitir a todos
sin excepción, hacer fructificar todos sus talentos y
todas sus capacidades de creación, lo que implica que
cada persona pueda responsabilizarse de sí misma, realizar
su proyecto ético de vida y contribuir en la realización
de proyectos colectivos. Esto es, la educación se vuelve
en motor del desarrollo personal y social.
Si
hacemos un repaso a las definiciones desde Aristóteles,
Platón, pasando por Kant, Spencer y García Aretio,
coinciden que la educación es esencialmente perfección
del hombre, es decir, perfeccionamiento intencional de las potencialidades
humanas. Supone un “caminar hacia algo mejor, como proceso
dinámico del perfeccionamiento humano”.
La
doble etimología de la palabra educación, permite
reconocer los vocablos latinos “educare” y “educere”,
el primero significa nutrir, alimentar o criar. La educación
entendida como actividad encaminada a proporcionar, enriquecer
y construir desde fuera las potencialidades en el sujeto que
ha de ser educado. La segunda raíz “educere”
significa sacar, extraer del interior lo mejor de cada persona
que ha de desarrollar por sí mismo.
En
“educare” se descubre un claro matiz activo del
educador, la escuela, el sistema. En “educere”,
por el contrario, es el educador y la escuela quienes pasan
a la acción y adquiere mayor protagonismo. Ambas raíces,
explicitan el concepto de educación, connotaciones que
ponen de manifiesto el binomio maestro-alumno, enseñanza-aprendizaje,
escuela-sociedad. El propio individuo es educador y educando
al mismo tiempo, un proceso que empieza y termina en el mismo
sujeto. La educación como actividad y progreso, perfeccionamiento
y realización es el imperativo en este siglo; un fenómeno
social necesario para la vida de los hombres y los pueblos. |
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El
maestro es pieza clave en el complejo proceso de la educación,
es tal su relevancia que para el presente ciclo escolar, nuevamente
la Secretaría de Educación ofreció tiempo
y espacios para el intercambio académico, el estudio
y el aprendizaje; un curso básico dirigido a directivos
y docentes de educación preescolar, primaria y secundaria,
cuyos puntos de discusión guiaron la reflexión
acerca de la relevancia de la profesión docente en la
escuela del nuevo milenio; un tema pertinente ante las exigencias
actuales de la sociedad, un análisis a las prácticas
pedagógicas vigentes, el quehacer docente no debe rezagarse,
ni sostener modelos incongruentes a los nuevos planteamientos
curriculares, características de los estudiantes, modelos
de gestión institucional, entre otras condiciones, que
tendrán que atenderse en los diversos contextos de la
convivencia escolar: la relación alumno-profesor, escuela
–familia, maestros-padres, escuela-comunidad, etc…
estar en sintonía con el mundo que se mueve al ritmo
de la tecnología, economía e informática.
Ante
los retos de la educación mexicana, mucho de lo que haga
o deje de hacer el profesor, respecto a su actualización
y profesionalización será fundamental para una
mejora. El inicio del presente período escolar, crea
expectativas y abre un amplio repertorio de oportunidades para
el aprendizaje personal. De ahí, la importancia de una
disposición al cambio de actitudes de cada uno de los
protagonistas: reconocer el propio potencial para aprender,
asumir el compromiso ético de la profesión en
la formación de niños y jóvenes, aceptar
la responsabilidad de contribuir en la mejora de la educación,
porque es vital para el crecimiento personal y desarrollo profesional.
Según Imbernón (1994) “El desarrollo profesional
es un proceso dinámico y evolutivo de la profesión
y la función docente…” Bajo esta premisa,
el maestro ha de manifestar una actitud de constante aprendizaje,
porque la capacidad profesional no se agota al término
de los estudios de una carrera, sino que llega hasta el terreno
práctico, el punto neurálgico de la praxis; donde
se enriquece con la experiencia.
La
educación a lo largo de la vida no es un ideal lejano
sino una realidad que tiende cada vez más a materializarse
en el ámbito complejo de la sociedad. Dar a cada individuo
la capacidad de dirigir su destino y desarrollar sus competencias
para el aprendizaje permanente, el manejo y procesamiento de
la información, resolución de conflictos, la convivencia
y la vida en comunidad. Aprender no sólo es tarea de
los alumnos, corresponde a los educadores mantener el espíritu
de la curiosidad por aprender. Para aprender hay que querer
aprender, aprender algo que sirva para mejorar la propia práctica,
hay que relacionar lo que se aprende con la práctica.
Cada profesor tiene que crear sus ambientes de aprendizaje.
No esperar a que alguien cree esos ambientes por él,
el aprendizaje es personal.
La
calidad de la educación depende de la calidad moral y
profesional de las personas, no de las reformas educativas,
programas o herramientas. La relevancia de la profesión
docente tiene que empezar por el valor que cada maestro otorgue
a lo que hace. Un docente comprometido con su carrera, actúa
con responsabilidad y no se conforma con lo establecido; cree
en el potencial humano y reflexiona sobre su práctica,
conserva una actitud de éxito y tiene el valor de trascender
en su profesión. |
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Texto:
enviado por Teresita Durán Vela; 18/08/11 // Foto: Santiago
Canto Sosa; 2011 |
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