Ante
la enfermedad, problemas, situaciones peligrosas, pérdidas
en el trabajo o de un ser querido, Papá se refugia en
sus sentimientos, difícilmente las lágrimas se
dejan ver en su rostro. El silencio guarda sus temores. Un Padre
merece gratitud y respeto, no importa cómo haya sido
su pasado, si las condiciones económicas en casa no fueron
las mejores; si de vez en cuando, un consejo o una palmadita
dejó huella, si se acordó del día de tu
cumpleaños o compró el mejor regalo en navidad.
Esas acciones no ameritan una acumulación de tarjetas
amarillas para ser expulsados del corazón y de la memoria
de los hijos.
Cualquier
día del año es digno para expresar el amor a ese
hombre que con esfuerzo forjó el presente, con la esperanza
de entregar su tiempo y salud para cimentar el patrimonio y
futuro familiar. Gracias a su prudencia y tenacidad, levantó
el ánimo y la cara para mirar nuevos horizontes.
¿Una
loción o un abrazo? ¿Una billetera o un beso?
¿Un reloj, una camisa o una amena plática? ¿Qué
te gustaría papá? Quizá no elija, lociones
costosas, billeteras para guardar, camisas sin estrenar o un
reloj, porque ahora vive sin límites, entonces ¿para
qué los mismos regalos? Añora abrazos afectuosos
en cualquier momento, la compañía fortifica el
espíritu y un beso, nutre directo al corazón y
oxigena la ilusión.
Después de muchos años, ese hombre tosco pero
cariñoso, necesita compañía, ayuda y comprensión.
Aquel que en su juventud enfrentó obstáculos,
ahora en la vejez, tropieza. A ese Padre, dedico este mensaje.
A
ti Padre, entrego la timidez de esta voz, canto con notas de
agradecimiento, al compás de la melodía que teje
sonidos de alegría y hace nudos de emoción.
Sin
darme cuenta, soles y primaveras han pasado… a la vejez
llegaste. Guardas años en tu cuerpo que protegen el baúl
de los ayeres; añoro las tardes de lluvia y el canto
de las ranas, cuando niña. Recuerdo las mañanas
escolares, los paseos en el campo y las noches de leyendas.
Cierro los ojos prendida de tus brazos, siento la calidez y
la armadura del corazón que cobija.
Gracias
Papá por guiar cada paso, iluminar el sendero y derribar
con tu amparo las barreras. Porque el sacrificio invisible se
convirtió en energía, sin importar las lunas y
las horas.
Aguerrido
custodio de la vida, hoy la inversión de tus años,
se multiplica, las ganancias deposito en tus manos; fuiste el
accionista más arriesgado, hoy, el beneficiario consentido.
Gracias
viejito por tu complicidad en los sueños, siempre atento
y vigilante. Una alianza inquebrantable. Hoy por hoy, eres el
compañero inseparable de Mamá, las noches en desvelo
son cortas ante tantas jornadas de trabajo emprendidas. El amor
une y da fuerzas.
A
ti Padre, agradezco la vida. Dios te bendiga.
San
Francisco de Campeche, Cam. 11 de junio de 2011. |