Con
el lápiz bien firme en su mano derecha sobre la hoja
rayada de su cuaderno, su leve sonrisa siguiendo el trazo que
iba haciendo, y el chispazo parece haberse producido en ese
instante de manera mágica en su mente inocente; el brillo
de sus ojos, no cabía en duda era la manifestación
del triunfo; los garabatos, en letras se habían convertido
y esa infinidad de trazos en palabras que llenaban su voz, una
explosión de emoción invadía sus pensamientos
de júbilo y gozo, “maestro, ya sé leer y
escribir”.
Contemplar
todo aquello que transforma una vida, es más que una
simple experiencia, es una satisfacción fundamental que
permite reflexionar sobre la verdadera “vocación”
de ser maestro, trabajar con amor y cariño hacia los
niños, el deseo de ayudarles, de guiarles hacia el camino
correcto.
El
magisterio, no debe perderse de vista como una vocación
engarzada con las políticas públicas de los gobiernos,
sin embargo, si éstas no pudieran ser posibles en su
totalidad, tomarla como una misión propia, con causa
justa del mejoramiento de nuestros niños y jóvenes,
el mejoramiento generacional del ser humano.
El
magisterio de hoy en día, tiene que luchar contra grandes
y viejos paradigmas que las políticas educativas han
dejado desde hace varias décadas y se acrecienta cuando
funcionarios públicos han llegado sin estar suficientemente
calificados para la importante y fundamental cuestión
educativa, cometiéndose entonces otra grave anomalía,
un “crimen social” imperdonable; la formación
social, afectiva, intelectual de nuestra niñez y juventud,
vulnerables.
Por
tal razón y de vital importancia que los buenos maestros,
que sé, que son muchos busquen de nueva cuenta reivindicar
la tarea del maestro. Aunque sabemos que el magisterio del siglo
XXI no pueda verse como el “apóstol” de aquellos
primeros años de la educación formal en nuestro
México, ya que son visiones completamente diferentes
desde el ámbito mismo de su formación, que últimamente
se puede observar lejos del sentido humanista, mismo que ha
transgredido la vocación real, es decir, pareciera ser
que ahora se educa por cumplir programas y contenidos.
Sin
duda alguna, sobre todo esta telaraña de reformas y actualizaciones,
hay en nuestro México, grandes maestros sumados en la
gran cruzada que trasciende más allá de su fe,
que con su labor se realiza una obra que merece ser recordada.
Es
cierto, que la falta de reconocimiento a la labor de muchos
docentes, origina indudablemente, cierta frustración.
Este es un problema ligado a la actuación del docente.
Y es un problema que atañe a toda la sociedad, los medios
y las autoridades que tienen un papel importante en la valoración
del maestro.
Los
maestros de México, hemos hecho historia y seguiremos
construyendo nuevas páginas para nuestra Nación.
Por nosotros pasó una flama sagrada en aquellos años
pretéritos que representan el mayor esfuerzo que haya
realizado el país por su cultura.
Quiero
en esta ocasión, felicitar sinceramente a los maestros
de México, en su día.
Al
maestro que contesta amable y claramente a un niño.
Al
maestro que con infinita sabiduría, lejos de gritar,
insultar o ignorar a su alumno, muestra su solidario compromiso
de tolerancia y justicia profunda de su vocación.
Al
compañero maestro que a diario refrenda su misión
con la tan noble y loable labor que realiza para cambiar la
educación en México.
Al
maestro que ha convertido las cuatro paredes de su aula, en
el taller forjador de seres con espíritus críticos,
solidarios y sensibles, y que sólo se logran, sobre el
yunque de la emoción y el martillo de la vocación.
Al
maestro que ha sabido conducirse lejos de los caminos de los
villanos de la pedagogía, quienes hostilizan y maltratan
a los niños.
Hago
a la vez un llamado a quienes desean llevar el título
de maestros y pretenden educar, consideren que deben sentir
un profundo y verdadero cariño y respeto por los niños,
que cuando eduquen lo hagan en forma serena y racional con una
disciplina apoyada en altos valores morales y éticos,
que nunca piensen que saben todo, porque el verdadero maestro
es aquel que nunca deja de aprender, aún de sus propios
alumnos.
Nuestro
país necesita de grandes y buenos educadores para construir
una sociedad más democrática y equitativa.
A
los maestros de México, mis reconocimientos.
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