Cierta
tarde se encontraron en el ferry que va a Isla Mujeres,
un poeta y un científico. Ambos se sentaron juntos y se
quedaron absortos contemplando el ocaso. El poeta comenzó
a escribir sus impresiones en una libreta. El científico
pensó que - como él - estaba midiendo el tiempo que tarda
el disco solar en ocultarse al poniente. El poeta era Ramón
Iván Suárez Caamal, el autor del Himno a Quintana Roo; y
el científico, Juan José Morales, coordinador editorial
de La Crónica. Los dos volvieron a encontrarse al ser Ramón
Iván invitado a visitar el periódico, para descubrir que
el pensamiento sensorial y el racional, no están peleados.
"Muchos inventos se han descubierto con base en la intuición",
dice Ramón Iván. En eso recordamos que los científicos pueden
expresarse con metáforas, como Albert Einsten cuando dijo
de las leyes universales: "Dios no juega a los dados".
Como
un "viejo conocido"
Cuando
Ramón Iván escribió la letra del himno a Quintana Roo se
planteó seguir una secuencia cronológica que en síntesis,
retratara la historia del estado (...De las hondas raíces
del maya / al tesón que construye el presente...). Y se
opuso a una sola cosa: cualquier elemento que fuera bélico,
excepto en la reseña de la Guerra de Castas (...Porque el
indio se alzó ante el tirano / Jabalí perseguido, jaguar...)
-¿Por
qué?
-¿Contra
quienes vamos a pelear?-, dice.
-Contra
los campechanos, -le contesta, en broma, Juan José, y las
carcajadas de los periodistas anfitriones distraen a los
curiosos reporteros que a esa hora escribían en la Redacción.
-Entonces...¿contra
mí voy a pelear?, -responde repuesto el invitado.
Ramón
Iván nació en Calkiní, Campeche pero desde hace más de 20
años vive en Quintana Roo. Ese recuento aviva de nuevo el
humor de los anfitriones:
-Ya
puedes ser gobernador, -le dice Carlos Hurtado, editor de
Expresiones y Espectáculos.
Ramón
Iván solo ríe y contagia a los demás de confianza. Es una
persona que al primer encuentro parece un "viejo conocido";
tal vez porque para él el lenguaje es energía lúdica. Así,
la charla se extiende sin que cuente el tiempo.
En
los Alpes campechanos
Ramón
Iván llegó a Quintana Roo en 1973 y lo primero que llamó
su atención fue el alboroto de una multitud que recibía
a Luis Echeverría. El presidente tenía planeado ingresar
al Congreso la iniciativa de ley para convertir al territorio
en estado, y los nativos se anticipaban a celebrar su soberanía.
Por
su parte, Ramón Iván había llegado a ocupar una plaza de
maestro en la Secundaria de Bacalar: -Asistí a los cursos
de verano en la Normal Superior de la Ciudad de México y
al final, entre los estudiantes de cuarto, quinto y sexto
semestre, se hizo la oferta de plazas. Sólo había tres lugares:
Villahermosa, Ciudad del Carmen y Bacalar. Yo pensé: Villahermosa
es muy cara y en Ciudad del Carmen hay muchas carencias...Así
que acepté Bacalar.
Desde
los doce años Ramón Iván había ingresado como interno a
la secundaria de la Escuela Normal Rural de Hecelchakán,
una de las que fundó en su período presidencial el presidente
Lázaro Cárdenas, y cuyos alumnos estaban afiliados a la
Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México.
Ahí lo recibieron con un uniforme caqui, unas botas Tenpac
y dos cobijas que la dirección de la escuela se encargaría
de renovar cada año. Pero también tuvo otra recepción...
De
esa época en los Alpes campechanos -los pequeños cerros
que se levantan junto a los amplios terrenos del plantel-
recuerda las novatadas: "Nos volaban todo el cabello y teníamos
que servirle a los más grandes". En otras ocasiones, cuenta,
debían ser réferis y, a la vez, costales de box: "Nos ponían
en medio de dos estudiantes y cada uno nos golpeaba; después
teníamos que determinar quien pegaba más fuerte".
Aparte
de esas clases de pugilismo y humildad, en la Normal de
Hecelchakán Ramón Iván aprendió a chapear la tierra, a sembrar
hortalizas y sobre todo, a apasionarse por la literatura.
Para eso tuvo un excelente maestro: Eolo Marte Durán Castillo.
Como
maestro de Español, Durán Castillo había fundado un club
de periodismo. Y uno de sus miembros, Ramón Iván, escribía
ahí sus primeros poemas, "terriblemente barrocos", dice.
El
Club de Periodismo le dejó también otra enseñanza que cultivaría
más tarde como editor: "Hacíamos de todo... escribíamos
a máquina, imprimíamos con stencil en mimeógrafo y vendíamos
nuestro periódico. Era un periódico de ideas socialistas
como la Normal".
Los
murciélagos fumadores
En
la segunda mitad de la década de los 30 México estaba gobernado
por un general que, inspirado en las ideas socialistas de
la época, había promovido la figura de los maestros rurales.
Lázaro Cárdenas impulsó la apertura de escuelas en las zonas
donde antes sólo se formaban campesinos, obreros o guerrilleros.
Dos décadas después, Ramón Iván sería uno de tantos mexicanos
que tuvieron la fortuna de estudiar gratuitamente, con alimentación
y alojamiento, en un colegio "con alberca y campos deportivos",
que, de otra forma, sus padres no habrían podido costearle.
"Me
daban cinco o siete pasos a la semana y me administraba
para pagar un peso por cada ida o vuelta en camión", cuenta.
El
padre de Ramón Iván era sombrerero. "Desde las seis de la
mañana hasta las siete de la tarde tejía sombreros de palma;
después los salíamos a vender, pero era un trabajo muy mal
pagado".
Su
mamá, como ama de casa hacía tortillas también para vender.
-Íbamos con la gente pudiente del pueblo.
De
esos clientes Ramón Iván recuerda a un señor que vivía en
una casa con "zaguán y patio enormes, a donde llegó la televisión
por primera vez".
Por
la atracción que ejercía la pantalla sobre los incrédulos
adultos y los asombrados niños, el señor comenzó a explotarla.
Cada noche abría su zaguán, convertía su patio en café y
cobraba 20 centavos por espectador.
Pero
Ramón Iván no fue aficionado televidente. Prefería a esas
horas de la tarde, salir en pandilla con sus amigos a apedrear
murciélagos o a tirarle trapos encendidos a golondrinas.
-¡Eso
es vandalismo ecológico! -reacciona Juan José y de nuevo
retumban las carcajadas.
Pero
no se sabe si Ramón Iván era más vándalo que los murciélagos,
porque cuando los agarraba de ambas alas, encendía un cigarro
y los ponía en sus bocas, se lo consumían como empedernidos
fumadores.
Una
casa sin pasillos
Así
transcurría el tiempo para el futuro poeta, cuando una tragedia
marcó sus recuerdos y motivó uno de los poemas que componen
la antología editada en 1996 por la Universidad Autónoma
de Campeche. -El huracán Hilda arrasó la península...Vino
antes del Janet. Mi vieja casa tenía cuatro cuartos, pero
los de adelante y de atrás eran de techo de lámina. Por
eso nos resguardamos en el de en medio, que era de concreto.
Toda la noche escuchamos el ulular del viento. Los cocoteros
se doblaban y recuerdo que un enorme cedro cayó y ocupó
tres patios completos.
En
la antología Casa Distante, Ramón Iván reseña ese pasaje
de su vida: Las calles parecían otras / llenas de gajos,
tablas, pájaros inertes / íbamos constatando la desgracia
/ de asombro en asombro/ (...) Como un cuaderno deshojado
fuimos esa noche / en que el viento arrancó los techos de
cinc/ Aquel cedro resistió diez horas/ su cuerpo agonizante
ocupaba tres patio/ y aún no creía que hubiese sido ésta
su última noche de pie/ (...) Escogimos de la casa
el corazón, su cuarto más fuerte/ el cubo central. Allí
nos congregamos/ a esperar que se marchase la iracunda...
Ramón
Iván contagia su nostalgia. Así le preguntamos cómo era
su casa de calkiní, pero la descubrimos en sus mismos versos:
Mi casa no tenía pasillos/ un cuarto daba al otro cuarto/
las puertas interiores defendían/ sus fronteras. Hubo un
ropero/ que parecía otra puerta. Su llave/ abría el mar
entre baúles/ (...) Mas no había pasillos/ que desembocaran,
estrechos, reptando a ninguna parte/ (...) Cruzar
el dintel era entrar a los espejos/ a escribir en los muros
mariposas/ y en el piso dibujar la sonrisa de la casa/ con
un trozo de carbón aunque los dedos se mancharan/ porque
sabíamos saltar de Oz al vientre/ de la ballena de los cuentos:
no habían laberintos en mi casa...
El
poeta y el músico
Un
año después de que Ramón Iván se estableciera en Bacalar,
el Congreso de la Unión publicó el decreto de la conversión
del territorio de Quintana Roo a estado, y fue electo Jesús
Martínez Ross como primer gobernador constitucional.
El
estado empezaba a financiar su identidad pero requería,
más que un decreto de papel, algo que motivara el amor por
esta tierra. La poesía y la música, juntas, lo harían.
El
segundo gobernador, Pedro Joaquín Coldwell lanzó la convocatoria
para elegir, en un concurso, el himno estatal.
Ramón
Iván dudaba en participar, por que no era músico.
-Por
casualidad -dice- en una visita que le hice a la SEP en
Chetumal, Marcos Ramírez Canul me propuso que formáramos
una mancuerna. Yo no lo conocía. El trabajaba en una investigación
de ethomusicología. Fui a su casa y me dio una casete. Lo
escuché y adapté el poema al ritmo musical. Con esa composición
Ramón Iván y Marcos Ramírez Canul participaron en el concurso
y ganaron una medalla y un diploma cada uno, "aunque el
mejor premio fue haber contribuido a la historia estatal",
dice el poeta.
En
1986, cuando se estrenó el himno, fue el momento más emotivo.
En el congreso estatal unos 200 alumnos de la secundaría
Adolfo López Mateos lo cantaron por primera vez, mientras
la banda de música de estado interpretaba las notas del
fondo.
-Tenía
más estrofas pero le volaron dos.
-¿Que
decían?
-Ya
ni sé.
-¿Podríamos
tener una copia del original?
-Le
regalé los manuscritos a Pedro Joaquín Codwel y otros los
doné al museo de la isla de Cozumel, con la idea de que
se exhibieran. El himno ya no es mío, es de todo Quintana
Roo...Bueno, mientras no le pongan música de molotov.
-Pero,
¿lo tienen registrado a Derechos de Autor?
-Hay
leyes del congreso que dicen que no se puede alterar.
Aún
así Ramón Iván es testigo de que las escuelas comúnmente
cantan sólo la primera y la última estrofas: "con eso se
pierde la secuencia histórica. Es importante que las escuelas
no caigan en lo protocolario o en la ultima rutina; que
los maestros de civismo enseñen a sus alumnos a analizar
el contenido de la letra, para que comprendan por qué la
cantan y vean con amor esta tierra".
Una
casa con pasillos
Como
maestro Ramón Iván es ejemplar. Desde su llegada a Quintana
Roo ha impartido clases de Literatura en la secundaría de
Bacalar, y fuera del aula fundó en 1986 años un taller que
doce años después ya había editado 26 libros.
El
taller literario Syan Caan -que además publica bimestralmente
la revista Sonarte-, ha promovido no sólo las obras de escritores
consumados del fin de siglo, si no también ha sido escuela
y escaparate para jóvenes con talento que Ramón Iván se
encarga de pulir.
-Es
una ventaja -dice- trabajar con niños y adolescentes, por
que no tienen un modelo. Con ellos comenzamos de cero, no
hay que borra, ni remodelar.
A
esos receptivos alumnos, Ramón Iván les enseña a pensar
de manera diferente a la normal: -a ver el mundo y la realidad
cotidiana con los ojos de la imaginación, y no bajo el corsé
de la lógica.
Gradualmente,
por medio de ejercicios, los alumnos del poeta aprender
a cultivar sus intuiciones y emociones, porque "en ese mundo
interior está la materia prima de la poesía". Esas clases
no se califican y los que acuden al taller, en la Casa de
Escritor de Bacalar, lo hacen en forma voluntaria. Ramón
Iván tampoco cobre nada; se siente tan satisfecho como transmitir
su experiencia que ha abierto una página de Internet -http://www.nalejandria.com/academia/syan-caan/taller.htm.-
Para difundir la técnica con la que sus alumnos han ganado
más de 20 premios a nivel nacional, regional y estatal.
Además,
ha escrito el primer Manual de Poesía que en 1993 editó
el Instituto Nacional de Bellas Artes, generando una ola
de criticas en todo el país. Ramón Iván no entendió esa
reacción: -no podemos pensar que con un manual vamos a escribir
poemas, como tampoco podemos hacerlo por pedido... solo
tratamos de difundir lo que nos ha dado resultados.
Cuando
Ramón Iván siente el impulso de escribir, sube a la biblioteca
en el segundo piso de la casa que comprende con su esposa
Suemy y sus hijos Citlali, Meztli, Omar y Enrique; deja
a un lado la computadora, agarra una hoja de papel y escribe
a pluma. Por su inspiración ha recibido hasta la fecha 35
premios, la mayoría nacionales y entre ellos uno de los
más transcendentes: el "Jaime Sabines".
Pero
antes que los premios, la mayor satisfacción de Ramón Iván
sigue siendo entrar "como un cálido huésped en cada casa
de esos sabios y humanísticos seres que saben convertir
la última palabra en juicio verdadero. Los lectores". Aunque
en este caso fue diferente por que en su poesía nos dejó
entrar en su casa de Bacalar: hice mi casa con muros
gruesos/ en memoria de aquella que se llevaron las hormigas/
le puse una torre y un pararrayos/ los cimientos los calqué
en mi duermevela/ no pude evitar pasillos...
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