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Junio-Julio 2019

ECOS. RELATOS, DIÁLOGOS, REFLEXIONES

2006

De la primera parte de este libro se transcribe el texto titulado "El fusilado de Halachó", autorizado a este portal electrónico por Carlos Suárez Arcila.

 

El fusilado de Halachó

El 15 de Marzo de 1915, en Halachó, Yucatán, un conflicto armado entre tropas federales y un ejército yucateco perturbó la tranquilidad del poblado. Dos hombres, uno general y jefe de tropas, y otro, un soldado víctima de la leva, protagonistas de los hechos, rememoran sus impresiones.

Las cosas iban en serio. Ya no había lugar para pláticas conciliatorias. Unos días antes estando en nuestra base de operaciones, ubicada en un convoy asentado en la estación de ferrocarriles de la villa de Hecelchakán, Campeche, supimos de una máquina que sin conductor, y con carros cargados de dinamita, había sido dirigido hacia nosotros. Afortunadamente tuvimos tiempo de neutralizar esta embestida; el impacto hubiera sido desastroso.

“Yo era estudiante del 2° año de preparatoria. Sin mi voluntad, ni el consentimiento de mis padres me llevaron como bestia inconsciente al matadero humano. Me llevaron a Halachó por la fuerza de las armas a defender a déspotas y malvados que deseaban seguir gozando de los privilegios fáciles que habían encontrado en esta tierra. Al frente de los batallones mal armados, mal equipados, no había uno solo de la “casta divina”. Supe de estudiantes, de trabajadores de la Brigada de Comercio, así como de expertos cazadores de venados, que venían por su voluntad o por algún incentivo; pero mi caso no fue así, muchos como yo fuimos víctima de la felonía de militares improvisados”.

Muchos campesinos vivían esclavizados. Eran vistos como simples instrumentos de producción, condicionados para aceptar ofensas y vejaciones a cambio de la mínima satisfacción de sus necesidades primarias. Esto impulsó al gobierno revolucionario a intervenir en Yucatán y acabar con este régimen feudatario que operaba en las haciendas henequeneras; no podíamos permitir que la riqueza de algunos se sustentara en la explotación de la gente del campo. Sin embargo no sabemos que mentiras le hayan dicho al pueblo para predisponerlo y enardecerlo en contra de nosotros.

Después de las batallas de Blanca Flor y de Poc-Boc, pensé que los jefes de las tropas yucatecas ya no expondrían a sus hombres, sin embargo, en Halachó hubo una mayor resistencia y allí se libró la batalla decisiva.

Yo sé lo que es conocer el miedo.

He pasado por la experiencia más terrible de mi vida, y sin la menor duda, puedo asegurar que nada habrá comparable en el resto de mi existencia.
Concluida la desigual batalla, fuimos tomados prisioneros. Estaba en la fila de aproximadamente cuarenta hombres que iban a ser fusilados. Juntamente con otra persona fui arrastrado y parado en el sitio para la ejecución. Había sangre, orines, fragmentos de piel y de cuerpos de los que ya habían sido pasados por las armas. Esto fue a un costado de la iglesia de Halachó.

Aun cuando la naturaleza se afana por el equilibrio y la armonía de todo cuanto existe, qué difícil es lograrlos cuando se oscurece la razón y el hombre queda a meced de sus más bajos instintos.

Terminada la batalla supe que algunos de mis oficiales, enardecidos por las bajas que habíamos sufrido, por cuenta propia, habían comenzado a fusilar a los prisioneros. Tuve que intervenir personalmente para detenerlos.

Sabía de casos de hombres que al estar a punto de ser ejecutados, llegaba a últimos instantes, la orden del ansiado indulto. ¡Cómo sufren estas personas! Conmigo nunca llegó el perdón; sufrí lo que ellos sufrieron y toda la angustia, el miedo y la desesperación de saber que ha llegado el fin.

Las descargas sonaron. Sentí los impactos, sentí frío, mucho frío, y seguidamente un dolor generalizado. Me daba cuenta de los destrozos de los proyectiles en mi cuerpo: carne triturada, venas deshechas, sangre a borbotones.

“Estando ya caído, un oficial, cumpliendo con su “deber” se acercó a mí, y con su reglamentaria 45, me disparó el tiro de gracia”.

De ahí un profundo silencio…

Ordené la inmediata suspensión de las ejecuciones y recriminé severamente a los oficiales su cobarde actitud; les hice ver que estos hombres eran los menos culpables de los hechos. Pedí que los reunieran en la plaza del pueblo y al estar frente a ellos percibí en muchos rostros la inconfundible filiación de ese proletario que ancestralmente ha sido manipulado por los ambiciosos y los codiciosos de todos los tiempos y lugares. Les hablé de la contrarrevolución que se estaba gestando en Yucatán que era preciso sofocar. Les hablé de libertad, de igualdad, de justicia, de la dignidad humana. Del no al conformismo, la opresión y la esclavitud, e insistí sobre todo en el cumplimiento de los deberes y la defensa de los derechos. De todo eso les hablé.

Después dispuse los preparativos para su libertad y procuré se les proporcionaran los medios para que retornaran a sus lugares de origen.

Es mentira que el tiempo tenga un curso y duración regular. El tiempo es una fabricación de la conciencia. En el momento que la orden para el fusilamiento era pronunciada, la duración entre una palabra y otra me parecieron separadas por una eternidad. Es el ansia de vivir que hace que el tiempo se dilate.

Mis ruegos fueron escuchados y mi conciencia pasó a otro plano. Vi al Santo, al patrono del pueblo, a Santiago Apóstol, había acudido a mi llamado y cubriéndome con su manto atenuó mi dolor, me consoló y me inundó de fe, de fe en la vida: “Ten fe, no morirás” ─Noté que me decía.

Afuera, en el aire, se percibía el raro y desagradable olor de cadáveres humanos que estaban siendo quemados.

Comprendí la gran tarea que nos esperaba en la reconstrucción del país. Entendí que sería una lucha saturada de resistencias y limitaciones; pero sabía también que ninguna empresa por grande que pareciera era superior a la inteligencia humana y a nuestra férrea voluntad. Siempre nos enfrentaríamos a personas e instituciones cuyos intereses los impulsarían a “mantener al pueblo en pupilaje, eternizando su infancia y degradándolo cada día por sumirlo en la ignorancia y consecuentemente en el fanatismo y la superstición.”

Para el cambio social que deseábamos la clave estaría en la educación del pueblo, pues era el medio de redimirlo de la esclavitud material e intelectual.

Hoy, 22 de noviembre, se efectúan los festejos en honor de Santiago Apóstol, y como cada año vengo a Halachó a cumplir mi promesa. Siempre me convierto en el centro de las miradas de la gente que concurre a la feria. Algunos me califican de exhibicionista; pero eso a mí no me importa. Postrado de rodillas, los brazos en cruz, con una veladora en cada mano, avanzaré del palacio municipal hasta el altar de mi salvador; allí me verá, platicaré con él y nuevamente, como a diario lo hago, le expresaré mi eterno agradecimiento por el milagro de cada día, cuando recibí 8 descargas de rifle, el tiro de gracia que me desfiguró la cara, y que sin embargo estoy aquí para contarlo.
A fines de mayo de 1915, estos dos hombres se encontraron en el Palacio de Gobierno de Mérida, Yucatán.

─ ¿Estás bien joven Moguel?
─ Sí señor, ya estoy bien, no me duele nada.
─ Te felicito muchacho por haber salido con vida de tan terrible prueba, y procura que en el futuro te dediques a curarte y seguir estudiando como antes para tener un porvenir útil… quedas libre, completamente libre y bajo el amparo de la bandera tricolor de nuestra patria.

. . . . .

El Gral. Salvador Alvarado fue gobernador del estado de Yucatán entre los años 1915 a 1918. Su gestión se caracterizó por impulsar obras de beneficio social.- Murió fusilado en el año de 1924.

Wenceslao Moguel, después de los hechos de 1915, regresó al hogar paterno. Pasado el tiempo contrajo matrimonio y formó su propia familia. Su domicilio se encontraba en la calle 57 entre 74 y 76, cerca del parque de Santiago, de la ciudad de Mérida.


Se le conocía como “El fusilado de Halachó”. Murió a la edad aproximada de 70 años. Su experiencia sobre su participación en la batalla aludida la plasmó en el libro titulado EL MILAGRO DEL SANTO DE HALACHÓ O HISTORIA DE UN FUSILADO, fuente valiosa para la redacción del presente relato.

 

Fuente: Ecos. Relatos, Diálogos, Reflexiones. Carlos Fernando Suárez Arcila. Maldonado Editores del Mayab. Mérida, Yucatán, 2006. 126 págs.

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