Ser
poeta
no es ser una oración inútil
perdida en los silencios.
No
puede ser
la miserable historia de un metal
o la tiniebla suave del adiós.
Ser
poeta es despertarse un día
inventando los sueños
sin fronteras,
descubriendo sonidos más
abiertos,
iniciando preguntas aritméticas
y entonando un himno de verdad.
Ser poeta encierra obligaciones
como aquella de construir a veces
dinosaurios de añil o chocolate
o recordar que el dólar vale menos
y que parezca que habla del amor.
Y ahora más:
un
poeta,
usted,
cualquier
poeta
necesita inventar la primavera,
necesita que parezca que él la inventó.
No
sé si lo comprenden.
No es preciso que enseñe su carnet,
simplemente hace falta que nos muestre
la actual metamorfosis de los campos,
que nos muestre nuevas hojas minúsculas
brotando en las acacias y en los sauces,
que nos hable de sangres de poetas
agitando su humano corazón.
Si
nos convence de esto
se le podrá llamar
poeta;
sino
no.
Y a lo mejor resulta
que al llamarle poeta
nos quedamos absortos en la tarde
y resulta que otra primavera
comenzó.