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Columna de Teresita

A mi padre...

(15 de junio de 2012)
 
 

Papá,
Gracias por enseñarme a sonreír,
por creer  en mis sueños,
alimentar la fortaleza,
en los  momentos difíciles.
Gracias Padre,
Por tu entereza al trabajar,
porque tu sacrificio valió la pena;
hoy, disfruto tu amor y tu presencia.

 

Cada día es un regalo de la vida, cada mañana se convierte en ese despertar afortunado, al saber que Papá está vivo. A sus 87 años, la factura por tantos años, sigue siendo generosa. Son tantos años, que la esplendidez del Creador me ha permitido disfrutar la compañía de mi padre. Es un anciano, sí, un hombre de edad, pero con el corazón noble y la dureza de una roca; su vejez no ha sido obstáculo para  divertirnos, aun en momentos difíciles, conserva el espíritu de la aventura y la alegría.

Papá es de buena madera, las dificultades no acabaron con sus raíces; con esfuerzo y trabajo forjó una familia. Durante noches de desvelo en tantos años, su laboriosidad fue su principal compromiso. Ahora, sus fuerzas han disminuido, sin embargo, su lucidez  y su salud le permiten seguir disfrutando los sábados de box, tardes de béisbol, domingos taurinos y uno que otro espectáculo desde la comodidad del hogar. Sin faltar, durante el día, la lectura del periódico. Su rutina ya es una costumbre, cerca de él, la presencia de su amada. Dos almas unidas durante más de 65 años, un viejo matrimonio; una pareja que se abraza, baila, ríe y llora todavía.

Es una bendición tenerlos en casa, Papá el compañero de toda la vida de mi Madre, su principal cuidador; el custodio del sueño de su esposa, el despertador más exacto del que tenga memoria. Ese es mi señor Padre. Un viejito alegre que espera con ansias el domingo familiar, para degustar su refresco amargo preferido, compartir las travesuras de nietos y bisnietos; saborear las botanas y los guisos al estilo de mamá. Esos paseos dominicales son incomparables, aunque hagamos maravillas con las horas, de regreso a casa, la rutina regresa, con la esperanza de que a los ocho días, se repetirá la historia. Religiosamente el domingo está dedicado a ellos.

La existencia de un padre anciano pone a prueba la lealtad y el amor de los hijos, el próximo domingo será como tantos domingos, para estar juntos, porque nadie sabe, si el que sigue podremos compartir la mesa.

Apenas tengo la mitad de su edad, no sé si llegaré a la ancianidad. De lo que si estoy segura, es que su frágil figura, ahora necesita de la fuerza de mis brazos y el apoyo de mis manos, para caminar juntos. Confieso que su andar es lento, mas su deseo de transitar nuevos caminos, recorrer viejos lugares y descansar en sitios agradables, son el  mejor combustible para salir de paseo.

Es cierto, que en ocasiones las ocupaciones, compromisos familiares y sociales, aleja de los padres, y si éstos son ancianos sienten la ausencia; y se emocionan cuando alguien los visita. Cada persona en esta vida tiene un boleto con fecha de caducidad, aunque nadie sabe con exactitud su vigencia, nadie tiene la llave de los vagones de la vida; así que llegar a la vejez, no es una reservación confirmada, lo que sí es una garantía de la felicidad, es el amor. Por eso, en la celebración del día del padre, hay tanto que regalar: tiempo, paciencia, cariño, comprensión, paz, ayuda, compañía, respeto… obsequios para toda una vida que no tienen precio, ni IVA, tampoco se empeñan ni se dan como garantía de un crédito. Son la mejor inversión para asegurar la fortuna de la armonía familiar y el secreto para procurar un patrimonio espiritual que fortalezca los vínculos y las ganancias afectivas.

A veces, el silencio obliga a callar tantas frases que guardamos y nos atrevemos a expresar: agradecer, pedir perdón, ¡decir te quiero!, ¡eres un tipazo viejo! Son palabras que brotan del alma. Por muy huraño o autoritario que pueda ser un padre, su mirada brilla y su sonrisa aparece, cuando un hijo le habla.

Las lecciones a lado de mi padre, son muchas, con respeto te digo: olvida la edad de papá, disfrútalo a cada instante, cuando ya no esté a tu lado, ninguna lágrima limpia el abandono; en vida, comparte cuanto puedas, regrésale más de lo mucho que te entregó.

Felicidades a los hijos y a los padres que se atreven a compartir su vida en este viaje, celebrar las bendiciones y alegrías; disipar tristezas y rencores; amar y perdonar.

San Francisco de Campeche, Cam. Junio de 2012.

 
 
 
Texto: enviado por Teresita Durán Vela, 14/06/2012 // Foto, retocada: Santiago Canto Sosa, 2012